Prólogo
Nuestra existencia está repleta de miedos. Cada acción tiene como causa directa un temor hacia algo o alguien. El miedo nos priva de libertad y además es omnipresente: reside en el enamorado, en el alcohólico, en el asesino, en el niño, el enfermo o el filósofo. Ni Dios en una comunidad del Opus tiene tantas moradas donde habitar. La humanidad es su festín privado. El ejemplo más poderoso es el miedo a la muerte que casi todos padecemos y que, paradójicamente, no nos deja vivir y nos convierte en unos cobardes.
La burbuja
Nuestras vidas transcurren en el interior de una burbuja de jabón, no somos capaces de atravesarla por miedo a quedar desprotegidos para siempre. Y así vivimos sin abandonar ese inútil refugio, que en realidad, no es eficaz, ni sólido, pero que al menos nos mantiene instalados en esa fugaz ilusión de seguridad y recogimiento. En el preciso momento en el que ese miedo a la muerte hace acto de presencia en nuestra consciencia, dejamos de ser puros y construimos nuestra burbuja, esa que nos aísla del mundo pero que para nada nos protege de sus inclemencias.
Camino deambulando por la ciudad rodeado de personas que flotan en sus pompas de jabón. Yo poseo una propia, mayor y más sólida que las demás, gracias a mi carácter férreo y obsesivo. De este modo, cuando pasamos suficientemente cerca, ellas chocan, se deforman y rebotamos en su interior rodando sobre el asfalto. Eso sí, en ningún momento nos tocamos físicamente entre nosotros; el llamado calor humano procedente del contacto físico es un mito, un cuento que nos llega en forma de misterio antiguo presente en las historias de otras épocas.
En algún lugar alguien juega a las cartas. Ese choque de burbujas provoca una nimia descarga eléctrica molecular que nos hace tomar consciencia de la existencia de seres extraburbujales que pululan por el Universo.
Invariablemente, estas circunstancias provocan una conversión de lo humano a lo inerte en un corto lapso de tiempo. En primer lugar se atrofia el sentido del tacto, y a continuación se pierde la capacidad para empatizar con tus semejantes e incluso, acabamos perdiendo el sentido de pertenencia a una raza animal común... Nos diluimos en el tiempo y el espacio, nos convertimos en meras anécdotas espacio-temporales en un Universo infinito, ya totalmente ajenos a nuestro potencial original. Hipnotizados por la maleabilidad y el brillo de la burbuja que nos contiene, vagamos por carreteras, caminos y senderos sin ver más allá y sin sentir siquiera la necesidad de traspasarla para ver que hay más allá.
Hoy al despertar resbalé y caí aparatosamente desde la cama, como Gregor Samsa en la desdichada mañana que cambió su vida para siempre. La mala fortuna quiso que mi burbija se rompiera en mil pedazos y mi cabeza golpeara con fuerza el frío suelo de piedra. Un hilo de un líquido denso y oscuro se desliza ahora por mi sien, hasta mojarme los labios. Su sabor es agridulce, pero está lleno de energía y te invita a abrir los ojos para mirar directamente al sol.
Aquí acaba mi burbuja de jabón, acabo yo y así termina el mundo puesto que la vida se escapa a borbotones mientras ya fuera, conozco la verdad absoluta de nuestro encarcelamiento: Miedo. El Universo esboza una media sonrisa, mientras relata mi existencia-anécdota a sus colegas de timba de póker.
-Lo veo y subo 10 burbujas más - sentencia.